domingo, 18 de diciembre de 2016

Mariana (Historia de una residencia de ancianos). Capítulo Segundo



Mariana


(Historias de una residencia de ancianos)

 
Capítulo Segundo
 
 

 
- Me llamo María de la Constitución. Este patriótico nombre se lo debo a haber nacido el 6 de diciembre de 1978.
El mismo día que los Padres de este utópico documento, lo firmaban, otros padres, los de una servidora, firmaban mi nacimiento en el libro de registro civil.
A mi madrina Angustias, que es socialista, histórica e histriónica, además de depresiva, se le ocurrió que mi menda lerenda, debía llamarse Constitución, porque había nacido el mismo día, que el susodicho documento.
La buena de mi madre se vio envuelta involuntariamente en un tremendo drama familiar, pues mi tío Sancho, borracho, religioso y de derechas, se empeñó en que me llamara María, como la Virgen Santísima. Mi padre que se llama Pericles (alguien me dijo que era un apodo, pero no es verdad, pues es el nombre que le puso mi abuelo, que en gloria esté) y que además es comunista, sindicalista y también algo vago, y porque el borracho beato no le caía bien, pues ¡hala!, Constitución. Pero mi madre rompió una lanza a favor de su hermanito y ¡hala, también María! Así que aquí me tienen ustedes. María de la Constitución para servir a Dios y a ustedes.
Mariana, Rosa y Agustina, reprimen la risa ante la perorata de Consti y cuchichean:
- Cada vez está peor –dice Mariana y Agustina le responde:
- Está chalada del todo, ¿que se cree esta, que tiene 22 años, pues eso es lo que hace de la Constitución.
- No mujer- responde Rosa- la pobrecilla no está bien de la cabeza. Todo eso se lo inventa, porque es verdad que su familia era mu política y a ella se lan quedao las conversaciones que oía cuando era joven. Ella en verdad se llama Constanza, pero todo el mundo la llamaba Consti y creo que de ahí es de donde ella saca, lo de la Constitución. O quizás porque es verdad que tiene una sobrina-nieta que se llama asín y que nació ese día.
- Tú la conocías antes de ingresar aquí, ¿verdad Rosa?
- Sí, éramos vecinas.
- Cuéntanos algo de ella.
- La verdad es que sobre su familia no miente. La madrina, fue quien la crió, también vivía en el mismo barrio, unas casas más abajo. Yo la conocía, y es verdad que la mienta mu bien. Era una mujer que se emberrenchinaba por na, sobre to, cuando no conseguía lo que quería, le daban unos abechuchos que pa´qué. Asín se salía siempre con la suya, cualesquiera le llevaba la contra...
La madre en cambio era un pan bendito, hacían con ella lo que querían los demás. El tío Sancho, era más borracho que el vino, y mas beato que… pero también era un señoritingo, mu bien vestío y mu guapo, que vivía del buen corazón de su hermana. Esta a escondidas de su marío, que no lo podía ver por ser de derechas, le daba dinero pa sus gastos. Le compraba camisas mu caras. (Esta mujer era una costurera mu buena y lo ganaba mu bien) y lo que su hermanito quería ella, se lo daba. Elisa. Y es que de tan buena, parecía tonta.
Pericles, el marío, era un vago, que decía que era comunista, y tan comunista, to se lo comía, sí, era comunista pero le hicieron una putá y se convirtió en sindicalista. Era mu vago, siempre estaba echando discursos, pero desde su sillón, ya ve si era vago que se fumaba la pipa sin tabaco, por no ir al estanco que estaba al revolver la esquina.
Un día les pasó algo terrible…
- ¡Cuidado, que viene otra vez!
- Me llamo María de la Constitución…
Consti, después de haber echado su primer discurso, se había acercado a otra mesa, pero el residente al verla venir, se levantó y se fue al jardín.
Consti, tiene fobia a los espacios abiertos y volvió a la mesa de las tres amigas a repetir su historia.
Y ellas, estoicas, la oyeron en silencio, reprimiendo la risa, con un gran esfuerzo.
 
...

 
La cena se ve interrumpida por la voz de Sandro. Es un argentino que se afincó en España, huyendo de la dictadura de Videla y aquí se quedó.
Ama a España más que a su Argentina, de la que hubo que huir por razones políticas. Tiene una voz deliciosa y canta maravillosamente bien los tangos.
De vez en cuando, cuando ha bebido un poco más de la cuenta, empieza a cantar en las cenas o comidas, amenizando con su bonita voz las comidas. A los residentes les encanta que les cante esos tangos tan hermosos de Carlos Gardel, su favorito, y le aplauden mucho.
Esta noche, se siente inspirado y deja oír su voz en un maravilloso canto de su tierra, al Che Guevara.
Cuando termina de cantar se levanta y brinda por las madres de los desaparecidos.
- Brindo por todas aquellas madres que tuvieron que llorar la desaparición de sus hijos en cualquier dictadura del mundo y por aquellas otras que aún siguen llorando.
Un aplauso muy fuerte lo interrumpe.
- Brindo por todos aquellos que derramaron su sangre en pro de la libertad, por todos los que cayeron defendiendo los derechos e igualdades, por todos…
Un nuevo aplauso le hace callar. El director se acerca a él y musita unas palabras a su oído. Sancho baja la cabeza, hace un gesto con sus manos, y se sienta.
Un murmullo de desaprobación, va recorriendo el comedor.
- Ya, ya lo ha callado el director, como se le nota el plumero…
- Bueno, es que el Sancho es un revolucionario…
- ¿Y qué?, ¿nos va a revolucionar a nosotros?
- Pero es que esas palabras levantan muchas heridas.
- ¿A quién?, ¿a los que las hicieron en las carnes?
- Contigo no se puede hablar, tú eres como él.
- Y a mucha honra. Yo también defendí mis ideales.
- Calla, calla, y come ya, viejo tonto…
Mariana siente una gran admiración por Sancho.
- Fue un gran luchador en su tierra y luego en España defendió los derechos humanos y la libertad. Huyó de la cárcel en su tierra y terminó encarcelado en esta.
Salió de la cárcel allá por los setenta, a finales de los setenta, pero se unió a los jóvenes protesta, aunque él ya no era tan joven y siguió defendiendo la igualdad y la libertad con sus canciones. Volvieron a encerrarlo y no consiguió la libertad hasta que se instauró la democracia, pero ya estaba destrozado, física y psicológicamente. Se dio al vino y un día lo encontraron medio muerto en un camino. Alguien se apiadó de él, y luego nadie sabe como acabó en la residencia con una pensión, no muy grande, pero suficiente para estar aquí.
- ¡Que cosas pasan en la vida!
- ¡Sí, Francisco, que cosas!

...

- He bajado al salón a ver la televisión, aunque, como a la mayoría de mis compañeros, me aburre.
En realidad he bajado porque necesito compañía.
Mariana habla consigo misma.
- Es primero de mes. Francisco ha ido al pueblo a comprar algunas chucherías. Yo no tengo ganas de acompañarle.
El día está fresco y huele a lluvia, mi reuma está por las nubes y me duelen todos los huesos y articulaciones.
Tengo necesidad de compañía, aunque no tengo ganas de hablar. El color mortecino que anuncia el cercano otoño, las nubes que oscurecen el sol y la fresca brisa me ponen triste.
Allí está Carmen, voy a sentarme a su lado. Es una compañera silenciosa y agradable. Sólo interrumpe su silencio para preguntar la hora o el día en que estamos.
Carmen tiene noventa y ocho años. Es una mujer muy delgada. Su vientre abultado nos habla de sus numerosos partos. Está muy encorvada. Sus hombros parecen salir de sus orejas.
A veces Mariana va a visitarla a su habitación, porque su hábito constante de preguntar la hora, hace que los residentes la eviten y a ella le da lástima de su soledad.
Carmen duerme con una camisa blanca, pegada a su cuerpo, que ciñe descaradamente sus senos caídos y el vientre abultado y sobre esta, se pone unas enaguas de tela que ella misma se confeccionaba cuando era más joven. Esta vestimenta, unida a su larga y descuidada melena de cabellos blanco-cenicientos, dan a su cuerpo un aura fantasmal. Lo único agradable de este conjunto, es su cara, la piel tersa, brillante y coloreada en las mejillas y la frente. Los ojos pequeños, maliciosos y vivos. La nariz pronunciada, pero perfecta y la boca con su dentadura completa, blanca y sana. Nos habla de una grandiosa belleza juvenil, que el tiempo cruel, no se ha atrevido a destruir.

...

- ¡Mariana, Mariana!, ¿a que no sabes que ha pasado?
- "Se acabó la paz". No, Rosa, ¿que ha pasado?
- El Sandro y el "Marqués" se han peleao
- ¡Vaya!, y ¿por qué?
- Verás, te cuento, yo estaba ayudando a las limpiadoras con las mesas del jardín, y en una de ellas, el Sandro y el "Marqués" estaban jugando a las cartas. De repente, el "Marqués", pegó un puñetazo en la mesa. La Elisa, la limpiadora, se echó las manos a la cabeza y dijo: "Ya está, ya van a liarse estos".
Tú sabes que esos dos se llevan a matar por culpa de la política y se han liao a mamporros. El argentino tiene más fuerza y es más joven que el "Marqués" y lo ha dejado hecho un Cristo. Ha venio la policía y se los ha llevao a los dos al calabozo.
- ¿Y por qué han empezado a discutir?
- Porque el "Marqués" decía que el Sandro le había hecho trampas, y de que ya estaba jarto de que le robara sus dineros. ¡Ya ves tú, pa lo que juegan, si no tienen un duro ninguno de los dos! El "Marqués", porque lo despluman los hijos en cuanto cobra y el Sandro, porque se lo gasta en vino y con la golfa de la Satu.
- ¿Y tú cómo te enteras de tantas cosas, Rosa?
- Porque yo soy como la poli.
- Sí, sí, tú lo que eres es una cotilla de tomo y lomo.
- Pero a ti, te gusta que yo te cuente cosas, ¿eh? A ver cuando me cuentas tu vida.
- Sí, hombre, para que la sepan hasta los gatos…
- ¡Venga Mariana!, ¡que yo se guardar un secreto!
- Ja, ja, a voces en el mercado.
- ¡Que mala leche tienes!
- Ya, ya, y tu muy buena.

...

Mariana camina sonriente hacia su habitación, va musitando en voz queda…
- ¡Que Rosa ésta, qué cotilla es! Pero la verdad es que es admirable. ¿Cómo puede tener tanta energía a su edad? Y encima es una coqueta.
A Rosa le gusta coquetear con sus compañeros y más de uno le ha pedido matrimonio, ella coquetea y luego les da calabazas.
A ella le cae muy bien. Esa alegría y esas ganas de vivir que tiene son maravillosas.
Nunca la ha visto triste, jamás la ha oído quejarse de un dolor. Ese cuerpo, donde no hay más carne que la necesaria para cubrir sus huesos, siempre está en movimiento. Igual se le ve en la lavandería, ayudando a las muchachas, que se le ve en un pasillo cantando o bailando, haciendo un alegre corrillo.
Ella le llama "El huracán", pues por donde pasa levanta un revuelo, sólo que este es de alegría y buen humor. Hay quienes le llaman "la loca", pero ella cree que es pura envidia.
Rosa se apunta a todas las excursiones. Todos los domingos baja al salón de baile. Juega al bingo, la canasta, a las cartas… Baja al pueblo casi todos los días y los domingos visita a su hija y a sus nietos, pero nunca se queda con ellos, pues dice que ya no la necesitan y que ahora le toca a ella divertirse.
Mariana se sienta en su hamaca y coge el álbum de fotos, empieza a pasar páginas, sin apenas verlas. Es una manía que le calma y así va llamando al sueño.
En una de las páginas se detiene. La foto de un guapo muchacho, parece querer decirle algo. La contempla largo rato con detenimiento.
- ¡Sebastián!, ¿dónde estarás ahora? Si Rosa se enterara de aquella historia. Toda la residencia me perdería el respeto que me tiene. ¡Que daño me hiciste, Sebastián! ¿Qué habrá sido de ti? ¡Que lejos está todo aquello!

Sólo tenía diecinueve años. Había estado tonteando con chicos, pero nunca me había enamorado. Aquel día estaba viendo el desfile militar de la Victoria. Sentí un roce muy cerca de mí y me sobresalté, era un chico joven que con la emoción del desfile me estaba empujando.
- ¡Oiga joven, no me empuje! –Le dije malhumorada.
- ¡Perdone señorita, no me había dado cuenta…!
El chico se disculpó con una sonrisa maravillosa y a mi se me pasó el mal humor.
Era moreno, alto, delgado y con unos ojos de mirada profunda y penetrante. ¡Me estremecí ante aquella mirada! Aquellos ojos tan negros, tan brillantes y con aquella mirada tan excitante, me llegaron al corazón. El resto de las facciones eran más bien vulgares pero aquellos ojos, aquellos ojos de apoderaron de mí.
El chico desapareció, tal vez avergonzado por mi recriminación, pero yo aquella noche no pude conciliar el sueño.
Había oído hablar del flechazo, pero nunca pensé que pudiera pasarme a mí.
Aquel Sebastián de la foto, la había vuelto loca de amor, pero ¡ojalá nunca se hubiese enamorado de él! Así no habría pasado tantas calamidades como pasó.
- ¡Ay Sebastián!, que mala persona eras y yo como una imbecil, caí en tus redes, sin darme cuenta de lo único que buscabas.
Pasa las páginas del álbum y juguetea con el, aunque sabe que los recuerdos dolorosos, no van a dejarla dormir.

...

Mariana prepara el equipaje. Su hijo Mario, que vive e Madrid, se ha acordado de ella. Hace cinco años que no le ve. La ha invitado a pasar unos días en su casa. Siente grandes deseos de verle y también a sus nietos. Ellos no parecen acordarse de su abuela, pero no importa. Se ha acostumbrado a vivir sin ellos, le parece imposible pero es así. Supone que como decía su madre: "Dios da la llaga y la medicina" y así es. "Contra la llaga del olvido, está la medicina de la resignación", dice ella.
El tiempo lo va curando todo y la resignación lo va aceptando todo. Lo que más teme es que se le vuelva a abrir la llaga, pero no puede ni quiere rechazar la posibilidad de volver a ver a su hijo.
Mario es su hijo mayor. Sólo tenía diecinueve años cuando lo tuvo con Sebastián, el gran amor de su vida, ese amor tan traicionero y desdichado. La había seducido y después se marchó del pueblo dejándola deshonrada y embarazada.
Cuando ella se casó, su marido lo adoptó como hijo suyo y jamás hizo ninguna diferencia con él, lo quería tanto como a sus propios hijos, pero Mario nunca le perdonó que se hubiese casado y en cuanto pudo se marchó de casa.
Sin embargo ella quería soñar, que esta vez la vejez de ambos los uniría al igual que la juventud los había separado.
...

Francisco la acompaña a la estación. No le gusta esta separación, pero él no es nadie para impedírselo.
El aviso de que el tren va a partir, hace que los dos amigos se despidan con un abrazo.
- Adiós, Mariana, espero que te vaya bien.
- Eso deseo yo, Francisco. ¡Cuídate!
- Lo haré, Mariana, pero te echaré mucho de menos.
- ¡Venga, Francisco, que no me voy a las Bahamas!
Los dos ríen, Mariana sube al tren. Este arranca y ella ve como Francisco se va empequeñeciendo a medida que el tren se aleja del andén, hasta convertirse en un punto pequeño en la lejanía.
Se reclina en el asiento y cierra los ojos…
…Recuerdo cuando tomé este tren por primera vez, fue un frío día de enero…
…Había mucha hambre en el pueblo, mis padres lo habían perdido todo con la guerra. Estaban desesperados y yo no quería ser una carga más para ellos. Éramos dos bocas más que alimentar. Mi hijo y yo. Mis padres lloraron mucho esta decisión mía de marcharme, pero yo no estaba dispuesta a aumentar su miseria.
Con mi pequeño en brazos, tome este tren hacia Madrid, por primera vez. No sabía que iba a encontrar en la capital, pero quizás tuviera suerte…
…Recuerdo a mis padres en el andén, despidiéndome con lágrimas en los ojos. El fuerte abrazo de mi padre. Un hombre hosco, silencioso, pero tierno a su manera, y las palabras de mi madre…
…"Marianita, si te va mal, vuelve. Hija, no te pierdas, aquí tienes y tendrás siempre un trozo de pan que comer. No hagas locuras. Pase lo que pase, esta es tu casa…"
El tren sigue su camino. Poco a poco el traqueteo y el cansancio hacen que Mariana se adormile.

...

La súbita parada del tren y el chirriar de las ruedas sobre los raíles, la sobresaltan espabilándola.
Mira a su alrededor. La silenciosa viajera que la acompañaba al principio del trayecto, ha desaparecido. En su lugar, una chica joven, la mira con simpatía.
- Buenos días, abuela. ¡Que buen sueño se ha echado!
- Hola, hija, sí es verdad, me he quedado dormida. No suelo dormir en los viajes, pero estaba cansada… ¿Dónde estamos?
La chica sonríe y responde:
- En Madrid.
- ¿Yá?
- Sí, parece que ha dormido toda la noche.
- Sí, eso parece.
- ¿Quiere que la ayude a bajar?
- Bueno, si eres tan amable…
La joven coge los equipajes y echa a andar por el pasillo hasta la puerta, seguida por la anciana.
Deja las maletas en el andén y vuelve con rapidez para ayudarla a bajar.
- ¿Dónde va señora? – pregunta la chica.
- Voy a Moratalaz, pero supongo que mi hijo habrá venido a esperarme. ¡Mírale, allí está!
La chica mira donde señala Mariana. Efectivamente, un hombre cincuentón, avanza precipitadamente hacia ellas, le acompaña un muchacho de unos veinte años.
- ¡Mario!
- ¡Mamá!
Los dos se abrazan fuertemente. La joven los contempla sonriente y dice:
- Señora, yo ya me marcho, que sea feliz en Madrid.
- Adiós pequeña, ¿no viene a recibirte nadie?
- No, señora, yo vengo a buscar trabajo.
Mariana siente una punzada en el pecho y dice a su hijo:
- Mario, da nuestra dirección a esta jovencita. ¡Hija ven a verme pronto!
- Así lo haré señora, ¿cómo se llama usted?
- Mariana, ¿y tú?
- Eloisa.
Las dos mujeres se despiden con un beso y un ¡hasta pronto! y Mariana vuelve a abrazar a su hijo, reparando en el chico que le acompaña.
- ¿Agustín?
- Sí mamá, el pequeño Agustín.
Abraza a su nieto sin mucha efusión. Apenas le conoce. Todos marchan hacia el coche de Mario.

(Novela de Concha Quintero. Todos los derechos reservados)