domingo, 30 de abril de 2017

Mariana (Historia de una residencia de ancianos), Capítulo Cuarto

Mariana

(Historias de una residencia de ancianos)


Capítulo Cuarto



Desde la ventana de su habitación, Mariana contempla la noche serena y calma, no se mueve una hoja. Después de aquellos días tan amargos de su juventud. Después de aquellas tristes y escasas vacaciones que ha pasado aquí. Las disputas con Nora no le merecen la pena de entristecerse. Ha decidido permanecer en casa sólo cuando está Mario y no responder a las provocaciones de su nuera.

A su mente viene una vieja canción que su madre, con voz suave y grata, cantaba mientras faenaba en la casa. Mariana la entona con voz muy queda.

 

“Silencio en la noche,

ya todo está en calma.

El músculo duerme

la ambición descansa…”

 

Aquella estrofa acompañó muchas noches de su vida contemplando un cielo limpio tachonado de estrellas.

Cuantas veces repitió de niña esa canción mirando por la ventana al cielo y preguntándose cómo llegar hasta el.

Recuerda cuando creía que era una niña “recogida”, como se decía entonces y como le obsesionaba aquella idea de que sus padres no la querían porque “la habían recogido del arroyo”.

Sonríe recordando aquella chifladura adolescente, que pudo costarle la vida pero afortunadamente no pasó de ser una chiquillada.

…Acababa de cumplir trece años y quería celebrarlo con mis amigos. Mis padres se negaron, no tenían dinero para gastarlo en tontunas.

-Hija –dijo mi madre –Eso sólo lo celebran los señores. Nosotros somos pobres.

Pero yo insistí, grité y di una pataleta histérica. Mi padre me arreó tal bofetada, que no la he olvidado nunca.

Mi reacción fue irme al armario de las medicinas y tomarme todo un bote que encontré allí. Afortunadamente, era un jarabe inofensivo que en vez de matarme románticamente, me tuvo toda la noche corriendo al excusado a descargar mi tripa.

Aquello me curó de mis rabietas y nunca más quise subir al cielo, aunque siga enamorada de el.

Mis padres se hartaron de reír y mi humillación fue tan grande que no volví a intentar un suicidio romántico nunca más.

Mariana se ríe del recuerdo y vuelve a tararear la canción

“Silencio en la noche…”

- Los señores dicen si bajara usted a cenar.

La voz de la chica la saca de sus reflexiones.

-Dile que bajaré enseguida, voy a asearme un poco y enseguida estoy con ellos. ¿Están los niños?

- Los señoritos han salido. Sólo cenarán los señores.

- ¡Vaya llevo tres días aquí y sólo he visto a mis nietos el día de mi llegada!

- Es que los señoritos nunca están en casa.

- Ya, ya me he dado cuenta. Ni siquiera porque ha venido su abuela.

- Ni aunque venga el Papa.

- ¿Has dicho algo?

- No señora.

Mariana se asea y baja al comedor. Hoy sí está su hijo para la cena.

 

 

...

 

La cena transcurre en silencio. Nora mira a Mariana de vez en cuando. Trata de provocarla, pero Mariana se hace la desentendida. Siente un pequeño pisotón, pero no hace un solo gesto y a Nora se le distienden las aletas de la nariz. Mariana sonríe a su hijo.

- ¿Que tal los negocios, hijo?

- Bien.

- ¿Sabes Mario?, mañana voy a ir con Fany y un par de amigas de esta a tomar un café después de comer, Fany tiene muchas ganas de hablar conmigo.

- ¿Reunión de viejas? –Pregunta Nora

- ¡Nora…! –Mario la mira irritado.

- Quería decir reunión de viejas amigas.

- ¡Ya!

Mariana sonríe y piensa

…”No me vas a provocar, bruja. Esta vez soy la que lleva la de ganar. Revienta de rabia, zorrona.

- ¿Qué te parece, Mario?

- Me parece muy bien que te diviertas mamá.

- ¡Claro hijo! Una a su edad ya tiene que divertirse un poco.

Nora se está comiendo por dentro de rabia. Aunque hace lo imposible por irritar a Mariana, esta vez no lo consigue. Si Mariana no le sigue el juego ella no tiene motivos para quejarse a Mario. Y si no hay quejas, se va a chupar la semana entera aguantando a su suegra.

…” ¡Maldita vieja! ¿Que le pasará esta vez para estar tan tranquila? ¡No reventara como un triquitraque!...”

Mariana la mira burlonamente adivinando sus pensamientos.

- ¿Te duele algo querida? –Pregunta sonriente.

Nora no puede más, se levanta y se marcha sin más explicaciones.

Después de la cena Mariana y Mario ven una película. A Mario le gustan las películas sobre la guerra. Ella en la Residencia no suele ver la tele, se aburre y se duerme, pero está a gusto con su hijo. Él le ha preparado un café y ella lo saborea con deleite.

…”Cuantos días perdidos, cuántas veces podrían haber disfrutado de ese silencio acompañado…”

La película va sobre la Guerra Civil Española. Empieza con muchos tiros y Mariana piensa que se va a aburrir. Sin embargo según se va desarrollando le va gustando el argumento.

“Dos enemigos caminan hacia una casa, después del combate. El nacional herido y prisionero del rojo. En la casa una abuela y sus dos nietas. Una de ellas embarazada. La chica se pone de parto y necesita atención médica. Los dos enemigos se unen cuando ven que la chica puede morir en el parto. El médico dice que hay que llevarla al hospital. En el trayecto son bombardeados constantemente. Todos mueren en el intento. Al final de la película se oye el llanto de un niño que sale de un agujero…”

Mariana se va a la cama muy triste por este final. Ella esperaba que se salvaran y aunque Mario le ha explicado el significado, ella lo ha visto muy cruel. Le ha dado un beso a su hijo y se ha marchado. Mario sólo le ha dado las buenas noches.

A pesar de todo el esfuerzo que hace para recobrarlo, siente que lo ha perdido. No le queda más remedio que aceptarlo. Se llevará en su equipaje el único abrazo sincero que su hijo le ha dado.

Mariana no puede dormir y no tiene su álbum. Lo dejó en la Residencia pensando que igual que otras veces, su estancia no duraría más de un par de días.

 

 

...

 

Mientras se viste, piensa que dentro de un par de días volverá a estar de nuevo en la Residencia. Se le ha pasado el tiempo volando.

Hace balance de los días pasados en Madrid:

- No está mal. No he caído en el juego de Nora. Me he contenido y más o menos, lo he pasado bien. Es cierto que sigue la frialdad de Mario y mis nietos, mascándose en el ambiente, pero me da igual. Yo he conseguido mi objetivo.

Se asoma a la ventana y contempla el cielo azul y limpio. Una suave brisa le acaricia el rostro.

- Hace un día ideal para salir. Estos están todos desaparecidos en combate, como siempre. Mario en sus negocios, Nora en sus estupideces y los chicos durmiendo la juerga de la noche. No me apetece quedarme en casa. Voy a llamar a Fany y voy a pasar el día con ella y sus amigas.

Termina de arreglarse y baja al salón. Desde allí, llama a Fany por teléfono y queda con ella para desayunar en una cafetería de Preciados.

Cuando llega a la puerta recuerda que no le ha dicho nada a la chica y se vuelve.

- María, voy a pasar el día con unas amigas. Si mi hijo pregunta por mí, dile que estoy con Fany.

- De acuerdo señora.

- Me llamas un taxi, por favor.

- Ahora mismo.

- Gracias.

- No hay de que.

Mariana se monta en el taxi y se dirige a Preciados. Allí busca la cafetería, donde ya han llegado Fany y sus amigas.

Después de los besos, abrazos y presentaciones, las amigas entablan una larga conversación, poniendo sobre el mantel varios temas que les preocupa. Toda la tertulia empieza porque Lety dice que ella es poeta y que una de sus preocupaciones sociales es el paro. Para demostrar que es así, saca un poema y lee:

 

Parado

 

A ti, que ya no eres nada,

a ti, que has perdido la esperanza

a ti, parado, a ti te escribo.

Tú, que hoy darías la vida por volver atrás.

¡Cuánto te cuesta vivir,

levantarte cada día

y contemplar el cielo gris!

¡Cuánto te cuesta entender

que hagas lo que hagas

no tiene razón de ser!

No tienes jefe, ni dueño,

paseas tu libertad

como un perro callejero.

Marginado y olvidado

del árbol social, arrancado.

Miras la vida, abstraído,

esa vida, que tus jefes

sin piedad, han destruido.

No hay presente, ni futuro

y el pasado, cuervo negro

te pega aletazos duros.

Y comprendes por momentos,

que siendo sólo un parado

ni estás vivo, ni estás muerto.

 

Cuando Lety termina de recitar, un aplauso general, que la sorprende, se oye en toda la cafetería.

Todos han escuchado en silencio el poema de la anciana que ha ido levantando la voz, irritada, y viviendo los versos.

 

La gente entusiasmada, felicita a Lety. Está un tanto ruborizada, agradece la acogida que ha tenido el poema.

Ya a solas, las cuatro mujeres, comentan:

(Lety) -Es que es un tema muy candente y muy actual.

(Fany) –Dímelo a mí, que tengo cuatro parados que alimentar de mi triste pensión de viuda.

(Mariana) -¡Bueno, bueno Fany, no tan triste que tu marido era militar y la pensión!, ¡ejem…

(Fany) –Triste, Mariana, para cinco bocas, triste.

(Pity) –Tengamos la fiesta en paz, que los rojos y los azules, ya no pelean. La verdad es que el paro es una clara injusticia, venga de donde venga. Para no “ofender” a los prepotentes yo les llamo “Las mascaras”. Esos que pegan cuchilladas a diestro y siniestro y siempre a los mismos, a los más desafortunados. Destruyen sus esperanzas, destrozan sus ideales y se quedan tan tranquilos. Esos son los que han propagado la epidemia del paro.

(Fany) –Llevas razón, son mascaras con las que es imposible luchar. Haces bien llamándoles así. ¿Qué lucha vas a iniciar contra una mascara? El paro es una lacra social sin remedio.

(Mariana) –El paro le conviene a las máscaras. Algún beneficio deben sacar de él cuando no desaparece, y eso engendra la miseria.

Hay quien piensa que eso es algo natural, porque la misma naturaleza impone la desigualdad entre los seres y que el mismo Dios así lo consiente.

¿Quién puede pensar esa barbaridad…?

(Fany, Pity y Lety) –Las máscaras, por supuesto. Sus seguidores.

 

 

...

 

Las amigas piden otro café, se encuentran a gusto y no quieren separarse.

(Fany) –A mí, quien más pena me da de la miseria son los niños. Os voy a contar una anécdota que viví en mi juventud. Mis padres eran muy religiosos, y si no lo eran lo aparentaban muy bien. Todas hemos vivido en la Dictadura así que no voy a extenderme, en lo que todas sabemos. Somos hijas de la guerra y la post-guerra.

Bueno, era un domingo como otro cualquiera. Toda mi familia había confesado y comulgado, como la mayoría de los que llenaban la iglesia.

Salimos de misa en compañía de un compañero de mi padre, ¡devotísimo! Camisa azul, adoración nocturna, el primero en todas las procesiones y actos religiosos y caritativos. El súmmum del súmmum, “piadosísimo”.

En la puerta de la iglesia había una gitana pidiendo. Su hijo, un niño de unos cuatro años, se divertía con una caja de cartón, pegando saltos y escondiéndose en ella. En uno de esos saltos ¿dónde fue a caer?, a los pies del Santo Varón. El Santo Varón le metió tal patada a la caja con el niño dentro, que le hizo rodar los cuatro o cinco escalones de la iglesia, haciéndose el crío una brecha en la frente.

La gitana puso verde al Santo Varón, y el cabo de la guardia civil, amigo del Santo Varón se la llevó al cuartelillo. El niño lloraba sin consuelo, por la herida y por su madre. Aquellos Santos y religiosos señores, pasaron junto a él, sin mirarlo. Yo quise acercarme a él, pero mi padre me miró tan amenazadoramente que no me atreví a moverme.

El pobre niño se acurrucó en la puerta de la iglesia, como un perrillo asustado y el sacristán lo cogió de una oreja y lo echó de allí.

No se que sería del pobre chiquillo, pero todavía me duele el corazón y la conciencia, por no haber desobedecido a mi padre y haberle ayudado.

- ¡Que triste historia! –Comentaron las amigas.

- Sí, que triste es la miseria –Contestó Fany.

(Mariana) –Sí que triste es la miseria, sobre todo para los niños. Ellos no son responsables, no piden venir al mundo y en cambio se convierten en una carga para sus padres. No entienden ni de política ni religión, ni de clases sociales, pero son los que sufren, el hambre, el dolor, el frío y las humillaciones. La humedad les roe sus cuerpecitos, sufren enfermedades y mueren sin que les importe a nadie.

Los adultos los utilizan, para pedir limosna, para trabajos horribles e incluso para las guerras, abusan de las niñas y a todas clases de horrores están sometidos los pobres niños que crecen en la miseria.

No puedo comprender, como los gobiernos, pudiendo evitar todo ese daño, no hacen nada. Si todo el dinero que se llevan los pre-potentes se reuniera para dar trabajo a sus padres, los crios no tendrían que sufrir la miseria.

(Fany) –Llevas razón, pero quién es capaz de quitarle el dinero a las máscaras. Son poderosas, y nadie se atreve contra ellas. Por eso ayer, hoy y mañana, siempre, existirá la miseria, mientras haya desalmados que se beneficien de ella y los demás estemos atados de pies y manos. No podemos hacer nada.

(Pity) –Llevas razón, a veces no sabes que hacer y tienes que mirar con dolor de corazón todo lo que pasa delante de tus narices, porque como Fany, con el niño de la iglesia, una mirada amenazadora nos paraliza y nos quedamos sin hacer nada, caminado hacia adelante y mirando hacia atrás con las lágrimas contenidas y las manos atadas.

 

- Bueno hablemos de otra cosa, porque esto es muy triste. ¿Cuándo te vas Mariana?

- Pasado mañana, Fany.

- Bueno, pues hoy te vamos a despedir como te mereces. Ahora nos vamos a ir a pasear por el retiro. Nos vamos a montar en una barquita y nos vamos a divertir de lo lindo. Después vamos a ir a comer, el menú del día, en una cafetería donde comen los obreros. Una cafetería de barrio deliciosa. Te ponen unos primeros de comida casera y unos segundos estupendos, todo regado con una cerveza alemana de rechupete. ¿Te acuerdas de “la alemana” de nuestros tiempos, Mariana? Además del postre y el café, nos vamos a poner púas.

Después te vamos a llevar a conocer el Madrid de hoy, que nada tiene que ver con el que tu conociste, y después te vamos a llevar “al Club de los Sueños Rotos”, nuestro club particular.

- ¿Que es eso? –Dice Mariana.

- Es un club que hemos montado unos vejestorios como nosotras. Tenemos un local, que nos cedió un amigo y allí nos reunimos chicas y chicos de nuestra edad y llevamos a la practica todo lo que hubiéramos querido hacer en nuestra juventud y que no conseguimos, de ahí el nombre de “Sueños Rotos”.

Leemos poemas, cantamos, tocamos el piano, el violín, pintamos y hasta hemos rescatado y arreglado un viejo organillo de manubrio y nos divertimos bailando a su son. ¡Veras que bien te lo pasas! ¡Hay que vivir chica, que son dos días!

El entusiasmo de Fany las contagia y todas ríen felices.

 

 

...

 

Mariana ha llegado a casa. Es feliz, como hacía años que no lo era. Esta vez Madrid le ha resucitado y le ha borrado los malos recuerdos que tenía de él. Tal vez no haya sido Madrid sino ella misma al tener el firme propósito de no amargarse como otras veces.

Sea lo que sea, va a volver a la Residencia con su maleta llena de momentos agradables y con la satisfacción de haber ganado una batalla. ¡Ha vencido a su nuera!

Una sonrisa le entreabre los labios y así la recibe su hijo extrañado.

- ¿Que tal lo has pasado, Mamá?

-  ¡Maravillosamente, hijo!

- Me alegro, ¿vas a cenar?

- No cariño, Fany me ha inflado de comida. No sé como una vieja tan canija, puede tragar tanto.

Mario sonríe, le gusta como habla su madre y a veces echa de menos, aquella época antes de marcharse de su lado y aquellos años, antes de que se casara, cuando le sacó del orfanato. Pero todo aquello quedó atrás y por mucho que lo añore nunca volverá.

Mario sacude la cabeza.

- ¿Que pasa, cariño?

- Nada Mamá, un músculo que se me ha montado.

Mario disimula dándose un pequeño masaje en el cuello.

- “Que bien disimulas, hijo. Algo te roe la mollera, pero no me lo dirás…”

- Hasta mañana, hijo.

- Hasta mañana, Mamá. Que descanses.

 


 

Una señora entra en el vagón alejando a Mariana de sus recuerdos.

- Buenas noches.

- Buenas noches.

La señora saca un libro y se pone a leer. Mariana coge una revista y hace como que la ojea. Parece que esta señora no tiene ganas de entablar conversación. Ella tampoco. Vuelve a abstraerse en sus pensamientos… “Que bien lo he pasado con Fany y sus amigas. Que buena idea “El Club de los Sueños Rotos”. Algo así se podría montar en la Residencia. Los viejos necesitamos divertirnos y olvidar que somos viejos. La gracia que tiene Fany bailando.

¡Ay Fany, que bien lo pasé con ella cuando todo aquello acabó!”

Mariana se traslada a su despedida. Las amigas la besaron, la abrazaron y se intercambiaron direcciones. Estaba segura que de ahora en adelante no le faltarían cartas que leer. En cambio la despedida de su familia fue tan distinta…

… “Mi Mario me abrazó con cariño, nostálgico por primera vez en su vida, vi brillar sus ojos con las lágrimas contenidas y tuve que separarlo de mí. Le costó dejarme marchar. En cambio mis nietos me dieron un beso forzado y se fueron con sus amigos de fiesta. Nora no apareció en todo el día, pretextando una fuerte jaqueca. Mario la disculpó, pero yo sabía que era una de sus mentiras para no despedirse de mí, me importa un bledo. Ella, gracias a Dios, no me da de comer. Afortunadamente, vivo bien con la pensión de José y mis ahorrillos.”

Mariana se va amodorrando con el traqueteo del tren. La señora, que le acompaña en el vagón, sigue leyendo sin mirarla.

 


 

Después de una semana, donde ha sentido que aún está viva, Mariana vuelve a su pueblo. Al divisar el paisaje, que tanto ama, siente una especie de angustia oprimiéndole el pecho.

Todo volverá a ser igual, aunque ella cree que si ha conseguido sentirse viva en Madrid, también puede conseguirlo aquí.

Francisco la espera en el andén. La recibe con un cariñoso abrazo. En la Residencia todos la saludan afectuosamente. La angustia se va disipando y empieza a sentirse feliz de volver a su hogar. Pues realmente aquel es el hogar donde ha de vivir hasta el final de sus días.

Ya en su habitación, deshace su equipaje y lo coloca todo en su sitio. Después de un merecido y reparador sueño, busca en el cajón su álbum de fotos, pero esta vez no es para tranquilizarse, sino para mirar a la que fue su familia.

José, junto a ella y sus cuatro hijos, sonríen felices, sin sospechar que un día, estarían todos tan lejos unos de otros.

Mariana besa la foto, la acaricia, la saca del álbum y quitando de un marco una foto de ella joven, coloca la de la familia. Ahora esa foto estará siempre presente.

La vida le arrebató a sus hijos y la muerte a su marido, pero la vida sigue y ella aún está viva. Tiene que romper con la tristeza, tiene que olvidar el dolor y tiene que mirar esa foto sin llorar, ni recordar lo malo vivido y traer a su mente todo lo bueno que aún puede vivir.

Al montar en el tren de vuelta se juró a si misma borrar el pasado, olvidar el futuro y vivir intensamente los momentos que le ofrezca el presente. Malos o buenos, da igual. Tiene que volver a luchar para ser feliz, como lo ha sido en Madrid. ¡Intensamente!

Esa foto se la hicieron cuando María, la más pequeña de sus hijos cumplió un año. Mario vivía aún con ellos, a pesar de su rencor y la envidia hacia sus hermanos. Cuando me casé, Mario tenía doce años y nunca me lo perdonó. Después vinieron sus hermanos y aunque José siempre lo trató igual que a los otros, él no lo acepto.

Mario terminó el bachillerato con unas notas excelentes. José quiso pagarle la universidad pero él se negó y se puso a trabajar en todo lo que le salía y como José no quería cogerle el dinero que ganaba le abrió una cartilla de ahorros.

Un año después del cumpleaños de María, cuando él ya había cumplido dieciocho años nos dijo:

- Me voy.

- ¿A dónde vas? – preguntó José.

- A Madrid, me voy a Madrid. Dame el dinero que tengo ahorrado. No se que haré allí, pero me voy.

Y se marchó sin más explicaciones. Estuvimos sin saber de él varios años. Ni una carta, ni una llamada de teléfono y un día se presentó sin avisar. ¡Había cambiado tanto!

Nunca había sido un chico alegre, pero ese día aún estaba más serio y más seco. Era un extraño, mi hijo era un extraño para mí.

Nos contó en plan telegrama que había terminado la carrera de Empresariales. Que tenía negocios, un piso y una niña (que no traía con él). Que vivía con una chica y que estaba bien. Que no nos preocupáramos porque al fin había encontrado su sitio en la vida.

A los dos días se volvió a marchar. Al poco recibimos una invitación para ir a su boda. Sin más explicaciones.

Se casó con Nora y allí conocí a la pequeña Marina, que por aquel entonces yo creía que era de Nora. Durante ocho años disfruté de Marina y de Mario en las vacaciones, hasta que todo acabó con aquella discusión y Mario volvió a desparecer. Yo creía que lo había perdido para siempre, hasta que hace cinco años nos volvimos a ver. Otra discusión lo alejó, hasta ahora. En este viaje, aunque sólo sea por ese abrazo que me dio y sus lágrimas contenidas, he aprendido que mi hijo aún me quiere, pero la bruja lo tiene manipulado. Sin embargo este recuerdo me durará mucho tiempo.

 

Yo sé que este último viaje ha sido la despedida para siempre. Nora no le dejará volver a invitarme, ni yo puedo ya volver a Madrid. Pero al menos, ya no me queda la amargura de otras veces. He descubierto que mi Mario tiene corazón y que me quiere, a su manera, pero me quiere.

Mario es mi hijo favorito y nunca lo he negado. ¡He pasado tantas penalidades por él! Además era el hijo de Sebastián, el hijo de mi gran amor. A pesar de todo el daño que me hizo, nunca pude odiarlo. La pasión que sentí por ese hombre jamás volví a sentirla por ningún otro.

José era un buen hombre, era el padre de mis hijos, y lo quería, lo quería muchísimo y lo he echado mucho de menos, pero nunca llegó ese cariño suave y tranquilo a llenar el vacío, que Sebastián había dejado en mi pecho. En apenas unos meses de amor apasionado, había aprisionado mi corazón para siempre. Sabía que estaba loca al pensar así, pero no lo podía evitar y por eso amaba tanto a Mario, porque se parecía a su padre y porque tenía sus mismos ojos. Aquellos ojos que me habían conquistado en el mismo momento en que se encontraron con los míos.

Nunca olvidaré, aquél desfile, donde se fraguó el más grande amor de mi vida y la más grande de las desgracias. Aquel que me robó cinco años de mi vida y de la vida de mi hijo.

Seguramente Mario sería diferente sin aquellos años donde yo me moría de pena en una cárcel y él en un orfanato. Y todo por un amor irracional, que el destino puso en mi camino.


 

(Novela de Concha Quintero, Derechos Reservados)


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